“En el principio era Bagdad”, así evoca Ghani Alani el papel desempeñado por su ciudad natal en la historia de la caligrafía árabe y musulmana. En ella nacieron las demás corrientes y diferentes escuelas caligráficas. Esto no le impide reconocer que el arte de la caligrafía se desarrolló también en otros lugares y capitales importantes de la civilización árabe-musulmana, desde Al Andalus hasta Bukhara.
“Vine al mundo con la pluma en la mano y no consigo recordar en qué momento preciso empecé a caligrafiar por primera vez”, dice, antes de agregar: “En el barrio donde nací había muchos plantíos de cañas con las que se fabrican las plumas”. Ghani Alani empezó a trabajar a una edad temprana. “Me dieron un empleo en la compañía del ferrocarril de Bagdad. Durante el día limpiaba los vagones y por la noche volvía a casa y me ponía a estudiar. El día de descanso semanal, el viernes, me dedicaba a estudiar y practicar la caligrafía”.
“Mi maestro se llamaba Hachem Mohamed, y era más conocido por el apodo de Baghdadi. Era heredero del linaje de los más grandes maestros de la caligrafía, cuyos orígenes se remontan a la escuela abasida, doce siglos atrás. Cuando lo conocí, yo tenía trece años. Me sumergí literalmente en el estudio de la escritura durante tres años. Una vez acabada esta primera etapa de aprendizaje, la que vino después me pareció más fácil. En efecto, dibujar una letra te lleva a dibujar dos, y éstas te conducen a formar primero una palabra y al final una frase”.
Ese gran maestro de la caligrafía no se contentó con enseñarle el trazado de las letras con la pluma, sino que le indujo a cobrar conciencia del vínculo que une al ser con la letra. Ghani Alani estima que “en la caligrafía hay algo que tiene que ver con el alama”. La pluma del calígrafo es tan sólo una prolongación de su brazo, de todo su ser. “Mi maestro no me decía nunca cómo debía trazar las letras, sino que llamaba mi atención sobre el vínculo existente entre el cuerpo y la letra”. Solía decirme que “las manos son diferentes y su tamaño influye en las letras, por eso éstas son el reflejo del hombre”.
“Aprendí el arte de Hachem Al Baghdadi, tal y como él lo había heredado de los fundadores de la escuela de Bagdad. Un día me hizo entrega de un diploma que jamás había dado a ninguno de sus alumnos. Cuando un profesor de caligrafía expide ese título, autoriza al discípulo a firmar sus obras con su propio nombre. El diploma viene a ser, por lo tanto, un documento ‘oficial’ por el que se reconoce que el alumno ha alcanzado verdaderamente el nivel de maestría”. El diploma rezaba así: “Una vez comprobado que el destinatario de este hermoso certificado ha asimilado las reglas de la caligrafía árabe, ha explorado todas las formas de este arte y ha sobresalido en ellas, le he otorgado el derecho de rubricar sus bellas escrituras con su firma”.
Ghani Alani dejó Bagdad para irse a la capital francesa en 1967. “Vine a París a doctorarme en derecho. Quería que la caligrafía fuese tan sólo un pasatiempo, pero la pasión pudo más. Así que el abogado dejó la toga para hacer de una punta de caña afilada su instrumento de trabajo. El decano de la facultad, al entregarnos los diplomas, nos dijo: ‘A partir de hoy están ustedes preparados para estudiar el derecho’. Con eso quería decir que habíamos adquirido los medios necesarios para pensar. En el fondo venía a ser exactamente lo mismo que nos decía el profesor Hachem Al Baghdadi a propósito de la caligrafía”.
“Cuando acabé mis estudios de derecho en Bagdad –dice– ingresé en el Instituto de Bellas Artes de esta ciudad, tal y como quería mi maestro Hachem Al Baghdadi. El mismo año de mi ingreso, vino allí, en calidad de profesor invitado, Hamad Al Amidi, un gran maestro turco de la iluminación islámica de manuscritos. Sus enseñanzas fueron muy importantes para mí. De hecho, practico la caligrafía y la iluminación a la vez, cosa que no suele ser muy corriente”.
“Desde el principio traté de captar la esencia de la escritura en la civilización árabe. Partiendo de mi experiencia, empecé a ahondar en las ideas de unidad y continuidad que la caligrafía permite expresar. La caligrafía viene a ser como un río en el que confluyen las demás artes para enriquecerla”.
En opinión de Ghani Alani, el desarrollo de la caligrafía en la civilización árabe no guarda relación –como se suele pensar a menudo– con la prohibición de ejecutar representaciones pictóricas. “Es una suposición equivocada”, dice. “En la civilización islámica existe el dibujo, sobre todo en Turquía y el Irán. Además, la caligrafía puede contener imágenes figurativas. El apogeo de la caligrafía en la civilización árabe se explica sobre todo porque esta última es una civilización del verbo desde la era preislámica, cuando el único arte era la poesía y cuando el poeta era el orgullo de su clan. Y donde está el verbo, está la escritura”.
Los orígenes formales de la caligrafía los explica así: “El trazado curvo y el recto ha existido desde siempre en todas las formas de escritura del mundo: desde los pictogramas hasta los ideogramas, pasando por la escritura ‘fonética’ que dio a la cuneiforme su estructura silábica. Desde la invención de la cuneiforme, las escrituras adquirieron esas dos formas: el trazado recto y el curvo. Tenemos numerosos ejemplos ilustrativos de esto en los escritos mesopotámicos, por ejemplo en la inscripción del código de Hamurabi en el que las letras –contrariamente al uso de la época– se caracterizan por su rectitud”
Ghani Alani nos da también su punto de vista sobre la escritura cúfica. “Nunca he calificado de cúfica a la escritura recta. Los que así la han llamado cometieron un error considerable, al dar por sentado que se podía denominar cúfica a toda escritura que fuese recta y angular. La verdad es muy diferente. Este tipo de escritura se remonta a una época muy anterior al nacimiento de la ciudad de Kufa, de la que se deriva su nombre. En realidad, data de la época de los Mualakats, los siete poemas más bellos de la era preislámica que, según se dice, fueron inscritos en La Meca, a la entrada del santuario de la Kaaba. Yo prefiero dar el calificativo de de angular a este tipo de escritura, si bien es cierto que la corriente caligráfica cúfica la mejoró y difundió su uso, tanto en los manuscritos como en la arquitectura. Luego, la escuela de Bagdad crearía la escritura cursiva que consta de varios tipos: el thuluth, le diwani y el naskhi, que es el que se ha adoptado para los caracteres de imprenta.”
Refiriéndose a los célebres Mualakats, cuya veracidad se pone en entredicho, Ghani Alani dice: “Siempre habrá gente que dude de la existencia de esos poemas, pero es indiscutible que ya en el periodo preislámico había textos escritos en alfabeto árabe. Se han encontrado documentos, tratados y acuerdos grabados en tabletas de piedra muy anteriores a ese periodo. También se han encontrado textos grabados en la piedra en algunos sitios arqueológicos. El más célebre de ellos es el de Madain Saleh,* emplazado en Arabia Saudita”.
Ghani Alani vive en París desde hace más de 40 años. Sobre su relación con el mundo occidental, confiesa lo siguiente: “Vivo en Europa y mis intercambios con la sociedad occidental han sido muy fructíferos en los dos sentidos, a pesar de la diferencia que se da entre el pensamiento árabe y el occidental. El primero se basa en el verbo y el segundo en la imagen. Ahora bien, el verbo comprende la imagen, y el mejor ejemplo de ello nos lo da la poesía, ‘el archivo de los árabes’ como decían los antiguos”.
El hecho de haber sido distinguido con el Premio UNESCO-Sharjah de Cultura Árabe significa mucho para Ghani Alani. “En primer lugar –nos dice– es un pleno reconocimiento de la caligrafía como arte, un arte que forma parte del alma de la civilización árabe y representa la armazón de esta cultura. Pero lo más importante es que se me haya otorgado el premio por ser un artista iraquí. Esto permite mostrar otra cara del Iraq, muy diferente de las imágenes de guerra y violencia que han invadido las pantallas de televisión de todo el mundo”.
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[Publicado en Unesco el 10.02.2010]
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